Hoy, y para terminar la semana, se me ha dado por escribir un cuento, pero no uno que sigue la típica estructura de las películas de “Jóligud” 😉
En ellas se puede identificar “el camino del héroe”, en la que el personaje principal venido a menos encuentra en el camino un mentor que lo guía para que pueda resolver todos los obstáculos, y salir victorioso.
Como un héroe.
Esa estructura narrativa es la que también nos recomiendan para una carta de venta en nuestra web en la que el héroe es el cliente, pero hoy me propongo hacer “el camino del villano”.
¿Te sorprende?
¿Te intriga?
¿Te molesta?
Ya lo veremos…
El Jardín de los Sueños Perdidos
Ricardo siempre fue un amante de la naturaleza. Desde que tiene uso de razón, soñaba con tener un jardín que fuera la envidia de todos, un lugar donde cada rincón contara una historia de belleza y serenidad. Después de años de trabajo duro, de ahorrar cada centavo y de pasar incontables horas imaginando cómo sería, finalmente lo logró.
Su jardín era una verdadera obra maestra, con esos desniveles que jugaban con la luz y la sombra, fuentes que murmuraban al viento, y caminos de piedra que serpenteaban entre las plantas más exóticas que pudo encontrar.
Era un lugar de ensueño, su propio paraíso, donde encontraba paz y satisfacción.
No había día que no saliera a recorrerlo, a tocar cada planta, a oler cada flor.
Los amigos y la familia venían a visitarle y él disfrutaba mostrándoles cada detalle, sintiendo ese orgullo que solo se siente cuando uno logra algo grande, algo que viene de adentro, del alma.
Pero la vida, que tiene esas cosas, decidió que tenía que aprender una lección. Una mañana, mientras estaba podando unos rosales, sintió un dolor fuerte en la pierna. Al principio lo tomó como una simple molestia, como una de esas cosas que pasan cuando uno se va poniendo grande. Pero el dolor no se fue, y al poco tiempo, se convirtió en algo más serio, algo que lo preocupó.
Después de varios meses de visitas al médico y de estudios, le dieron un diagnóstico que le cayó como un balde de agua fría: una enfermedad degenerativa que, poco a poco, iba a limitar su movilidad.
No lo podía creer. Su jardín, su orgullo, su refugio, se estaba convirtiendo en un terreno prohibido, en un lugar que ya no podía disfrutar como antes.
Las escaleras y los desniveles, que antes me parecían tan hermosos, ahora se volvían en su contra, transformándose en barreras que no podía superar.
Cada vez que miraba por la ventana, sentía una tristeza que no puede describir. Veía su jardín, ese paraíso que tanto esfuerzo le había costado, y le parecía cada vez más lejano, más inalcanzable.
Sus amigos y familia, aunque intentaban animarle, no podían entender del todo lo que sentía. No podían comprender lo que era ver cómo, día tras día, se va perdiendo la capacidad de disfrutar de aquello que más ama.
En esos momentos de soledad, comenzó a reflexionar. Se dio cuenta de que su jardín, esa obra de arte que había creado, se había convertido en un reflejo cruel de su propia situación.
Era un recordatorio constante de todo lo que había perdido, de sus sueños que se desvanecían. Pero, como suele pasar en la vida, cuando se está en el fondo, algo dentro de nosotros se niega a rendirse.
Un día, mientras navegaba por internet, se topó con algo que nunca había considerado: los jardines accesibles. Eran espacios diseñados para que cualquiera, sin importar sus limitaciones físicas, pudiera disfrutar de la naturaleza. Fue como una chispa de esperanza en medio de tanta oscuridad. Pensó que, aunque no podía disfrutar de su jardín como antes, aún podía transformarlo en un lugar donde todos pudieran compartir esa belleza que él tanto amaba.
Empezó a investigar, a contactar expertos en Jardines Inclusivos , y poco a poco, el proyecto comenzó a tomar forma. Fue un proceso largo y lleno de desafíos, pero cada cambio que hacía le acercaba más a su objetivo.
Transformó su visión del jardín dejando de ser un monumento al éxito pasado, sino como una nueva oportunidad, como un símbolo de su capacidad de adaptación y resiliencia.
Hoy, ese jardín es un lugar donde todos, sin importar sus capacidades, pueden disfrutar de la naturaleza. Es un espacio de encuentro, de comunidad, donde amigos, familia, y cualquier persona que quiera, puede visitarlo y sentir la paz que este lugar ofrece. Ha aprendido que el verdadero éxito no está en tener el jardín más increíble, sino en crear un espacio que fomente la conexión, la inclusión, y la alegría.
Mira hacia atrás y se da cuenta de que, aunque el viaje no fue fácil, valió la pena. Ese jardín, que antes era un símbolo de pérdida, ahora es un lugar de renacimiento. Y en ese proceso, ha descubierto que la belleza no siempre está en lo perfecto, sino en lo que se puede compartir y disfrutar con los demás.
Fin
Si bien es una historia ficticia, es la realidad de muchas personas que de forma temporal o permanente no puede acceder y disfrutar de sus áreas verdes.
Sin ir más lejos, mi padre tuvo que estar en sillas de ruedas un buen tiempo y solo podía contemplar su jardín desde la galería de la casa. Esa imagen la tengo guardada en mi retina y es una de las que me motiva a trabajar para conectar a las personas con la naturaleza. Con los huertos y los jardines.
Claudio
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